Carlos Manuel Balderas
World Image Press
Rubén Espinosa era un fotógrafo que denunció haber sido amenazado de muerte por el gobernador de Veracruz, en México. Apareció hace unos días desnudo, atado, golpeado y con un disparo en la cabeza en el interior del apartamento que acababa de rentar, junto con una activista social y dos mujeres más, violadas, torturadas y asesinadas.
Cuando los terroristas islámicos asesinaron a 12 personas e hirieron a 10, en un ataque a la sede del semanario satírico francés Charlie Hebdo, que publicó las caricaturas del profeta Mahoma, todos los periodistas y caricaturistas del mundo se unieron como no lo habían hecho en décadas. El grito se escuchó en todos los rincones. Fue un acto terrorista que trató en vano de asesinar a la libertad de expresión. Pero la pluma mostró más fuerza que la espada y la unión de todos los profesionales del gremio se convirtió en un escudo inexpugnable. Cuando los terroristas islámicos decapitaron al periodista estadounidense James Foley en Irak, el escándalo provocó incluso rumores de intervenciones militares. ¿Qué diferencia hay con lo que está ocurriendo en México? ¿Qué diría Obama si el asesinato hubiese ocurrido en Venezuela, en Irán o si el fotógrafo hubiera sido norteamericano?
Sólo en la última década son más de 80 periodistas muertos y 17 desaparecidos en un supuesto país democrático y en paz. La cifra de los 88 muertos mexicanos desde el año 2000 contrasta con los 68 periodistas asesinados en la Segunda Guerra Mundial, o los 17 en la guerra de Corea, o los 66 caídos en Vietnam.
Los medios de comunicación son blanco de ataques armados y de amenazas constantes sin que país alguno levante la ceja. Los terroristas han asesinado a periodistas, fotógrafos, caricaturistas… y exceptuando los comentarios de algunas ONGs y algunos artículos aislados, nadie había dicho nada.
La muerte de Rubén Espinosa ha sido, sin embargo, la gota que por fin ha derramado el vaso. La última gota en un vaso lleno de sangre. Los medios que en algunos lugares del mundo llevaban años ignorando anteriores asesinatos, han despertado.
La directora general de la UNESCO, Irina Bokova, dijo en un comunicado oficial que esos intentos de “reprimir la libertad de prensa” deben ser investigados de manera firme y exhaustiva y sus culpables procesados y castigados. La pregunta es ¿por qué la UNESCO no dijo nada cuando asesinaron a Noel López Olguín, por ejemplo, o a de Guillermo Luna Varela… por mencionar alguno? ¿Por qué nadie vio este horror hace un año, o hace cinco años?
Hoy vemos actos insólitos, como el de los fotógrafos argentinos que se manifestaron durante la final de la Copa Libertadores, en Buenos Aires con carteles en los que se podía leer: “Basta de genocidio en México”. ¿Será el principio del fin?
Llamo terroristas a los culpables, pero no me refiero a ningún grupo islámico, cristiano o judío. Me refiero a los que ordenan estas ejecuciones para causar terror y forzar el silencio. Esos terroristas que no son extranjeros, ni son desconocidos. No llevan turbante ni se esconden en cuevas.
¿Hasta cuándo vamos a seguir engañando y engañándonos con la versión de que los culpables son los cárteles de la droga? ¿Se atreverán de nuevo, a mancillar la memoria de las víctimas, publicando que eran delincuentes, que consumían drogas o estaban relacionados con los narcos? Si lo hacen, será una prueba más de que la corrupción está enraizada en lo más profundo del país y de que los verdaderos culpables controlan absolutamente todas las instituciones.
Cuando el poder político de un país asesina periodistas y encubre la verdad, se genera toda una cadena de criminalidad que organiza jueces, policías, militares, parlamentarios, secretarios, ministros… y se convierte en crimen organizado.
¿Qué clase de conexiones debe tener un político para poder mandar torturar y asesinar a las personas que le molestan? ¿Qué clase de relaciones y contactos debe tener para poder ordenar ejecuciones y secuestros? ¿Dónde se consiguen? No es algo que le puedas encargar de la noche a la mañana a tu chofer. Son relaciones creadas a lo largo de toda una vida en la mafia. ¿Qué clase de cómplices debe tener un político a su alrededor para poder robar, extorsionar o asesinar sabiendo que jamás será juzgado? Que no será investigado, aunque dejara su tarjeta sobre los cadáveres, asesinando a un periodista tras otro, echándole la culpa al fantasma del narcotráfico, o diciendo que los asesinados son delincuentes. ¿Hasta dónde tiene que llegar la corrupción para que los gobiernos e instituciones inventen toda una versión que escusa al verdadero culpable, con pruebas, documentos y hasta detenidos? Lo hacen porque de esa manera, callan las críticas internacionales y la curiosidad de los nacionales. Se lavan las manos y el camino queda libre para poder cometer de nuevo el delito. Es triste y denigrante que tengamos que leer una vez más la hipocresía de los culpables tratando de echarle la culpa al narco, a la delincuencia común. ¿Y por qué no iban a hacerlo? Esa excusa le ha servido para justificar ya las últimas 150 mil muertes de civiles, muchos de ellos mujeres y niños. Y el mundo entero se lo ha creído. Incluso los ciudadanos quieren creerlo, porque creer lo contrario sería aceptar una realidad tan amarga y terrible que es mejor no verla. Los ciudadanos acusan el peso de años de mentiras y manipulación.
Un país sin libertad de prensa es un país secuestrado por el crimen organizado. Cuando en un país gobierna la corrupción, la impunidad, la mentira, y al pueblo se le controla con el ejército y se le calla a balazos, ha llegado al punto más bajo. Es la peor de las dictaduras.
Los periodistas en México están siendo masacrados, torturados, silenciados, amenazados, pero a eso hay que añadir algo también gravísimo: están siendo ignorados. Ignorados por la comunidad internacional. Si el mundo entero no es capaz de ver lo que está ocurriendo en el país de una vez por todas, entonces será porque son cómplices de un crimen de proporciones nunca vistas. ¿Hasta dónde llega la corrupción, la avaricia y los intereses de otros gobiernos para crear una complicidad de este tamaño?
Hace tiempo que en México vivimos tristemente acostumbrados a no tener justica, ni sanidad, ni derechos, ni igualdad... pero lo peor es acostumbrarse al silencio. A la inmovilidad. Envenenados con un opio mucho peor que la religión. Vivimos en un país donde a los medios de información se les paga para esconder y callar, no para contar. Callar los femenicidios, callar los abusos militares, callar el expolio, la corrupción, la pobreza, el hambre, los asesinatos… y hacernos creer que lo único malo que pasa en el país es la fuga de un preso o los insultos de un seleccionador de futbol o que los problemas económicos son culpa de lo que pasa en Grecia. De esa mentira depende la estabilidad de un país. Mantiene a la gente engañada y tranquila, dejando el camino libre para un negocio multibillonario que traspasa fronteras y es obvio que aquel que trata de impedirlo, será asesinado. Por eso nunca veremos a los verdaderos culpables castigados, porque la culpa circula por esa cadena haciéndolos a todos cómplices. Ningún eslabón acusará jamás a otro.
¿Hasta cuándo? ¿Cuántos periodistas deben morir para que reaccionemos?
La sociedad debe dejar de una vez por todas de comportarse como borregos atemorizados. Tenemos que despertar y abrir los ojos a la realidad. Deberíamos salir a la calle y gritar para que el mundo escuche la verdad. No podemos seguir sentados sin hacer nada, horrorizándonos del salvajismo de los que nos dominan, porque dominar no es gobernar. Es el pueblo quien tiene la última palabra, aunque lleve tiempo con miedo de usarla, olvidando el poder que esta tiene. Por eso nos tienen adormecidos y engañados, nos inculcan el miedo. Vivimos con miedo a gritar y exigir a nuestros servidores públicos que dejen de comportarse como si fueran los dueños de todo lo que les rodea. Pero ¿quién va a salir a la calle a protestar cuando te ponen a mil policías y militares armados como para una guerra, dispuestos a usar toda la violencia para evitar que te expreses?
¿Cómo pedirles a los periodistas que sigan ejerciendo su profesión, cuando hacerlo les cuesta la vida? ¿Tienen que dejar los periodistas que la muerte de sus compañeros sea en vano, esperando que su silencio les garantice poder seguir viviendo? Me gustaría que los periodistas hablaran, gritaran tan alto y fuerte como les fuera posible. Me gustaría que todos, incluso los que se venden por dos pesos y se arrodillan ante el poder, despertaran y se unieran a sus compañeros. Que formaran un sólo bloque, inexpugnable… Es su única defensa, su único escudo, su única protección. Los ciudadanos debemos estar a su lado, porque los necesitamos si de verdad queremos vivir en una democracia, en un estado de derecho. Son una pieza clave, columna para una sociedad sana y civilizada. Esa columna en México se colapsa y los que de verdad perdemos somos los ciudadanos. Tenemos que apoyar a la prensa y exigir que nunca más se vuelva a cometer un acto violento por culpa de una foto, de un comentario, de contar la verdad. Ya basta.
Pero la prensa está dividida, entre los que desean comer, vendiéndose a unos o a otros, y los que se juegan la vida por hacer bien su trabajo. A unos los premian, a los otros los asesinan. ¿Podemos culpar a los que deciden vivir? Quizá no, pero me gustaría ver a esos vendidos agachando la cara por vergüenza y renunciar. Me gustaría que la vergüenza empujara a los políticos mafiosos a escapar como ratones descubiertos. Que el pueblo, la gente, la razón, venciera esta corrupción que nos ahoga.
El asesinato es la respuesta del miedo. Se les asesina porque tienen la capacidad de dañar a esos políticos criminales, tienen el potencial de acabar con ese cáncer, de hundir sus negocios sucios, de llevar luz a esta oscuridad. Los corruptos tienen miedo de que alguien les quite el disfraz, les arranque la máscara de corderos y la gente vea al lobo, a la bestia que se esconde. Los criminales le tienen miedo a la verdad. Más que a sus peores enemigos.
Los periodistas deben combatir con la mejor espada que tienen: su pluma.
En cada periodista asesinado hay una luz, una antorcha que se apaga, y nos estamos quedando a oscuras. ¿Es así como queremos vivir?
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