La periodista y escritora, ganadora del Premio Cervantes, señala en esta entrevista con Página/12 que la fuente de la violencia en México radica en que no hay oportunidades. Asegura que el gobierno no está a la altura de las circunstancias.
Narrar la vida, la realidad, darles voz a quienes no la tienen a través de la ficción, narrar la historia de un país y su gente, narrar como un corazón que late, como un río que transporta historias y revela profundidades, narrar más allá de la misma vida. La periodista y escritora mexicana Elena Poniatowska lleva bastante más de medio siglo narrando un México estremecedor. La escritora mexicana defiende al periodismo como una fuente vital y a la ficción como un modo de darles voz y piel a seres excéntricos o comunes, pero siempre excepcionales. En 2014, Poniatowska recibió el Premio Cervantes. El jurado de la más alta distinción otorgada en las letras españolas señaló que “su obra se destaca por su firme compromiso con la historia contemporánea. Autora de obras emblemáticas que describen el siglo XX desde una proyección internacional e integradora, Elena Poniatowska constituye una de las voces más poderosas de la literatura en español de estos días”. Su voz es tan fuerte que, cuando se nombra una fecha y un lugar, 2 de octubre de 1968, Tlatelolco, el nombre que surge en ese momento de la historia de México es el de Elena Poniatowska y su libro La noche de Tlatelolco. Han pasado muchos años, pero resulta imposible no volver a ese libro publicado en 1971 y en el cual la autora narra el movimiento estudiantil que cambió la historia de México así como la brutal represión que le puso fin. Por medio de centenas de testimonios, de artículos de prensa, de slogans y de voces testimoniales, Poniatowska plasmó una reconstrucción cronológica alucinante. Periodismo puro y honesto como ya casi no hay.
Su vida puede ser incluso como los personajes de algunas de sus novelas. Elena Poniatowska nació en París en 1932 y emigró a México a los diez años junto con su mamá y su hermana Kitzia, quienes huían de una Europa devastada por la Segunda Guerra Mundial. Con el francés como idioma materno, Poniatowska hizo del español la lengua de sus historias. En 2011 ganó el Premio Biblioteca Breve con la novela Leonora y tres años más tarde, el Premio Cervantes. Su obra es extensa, pero en ella siempre se combinan el trabajo testimonial, la narrativa histórica y la biografía novelada. En esta entrevista de Página/12, realizada en su casa de México, Poniatowska aborda de frente los dramas que sacuden a México, en particular el asesinato, en Iguala, de los 43 estudiantes de la escuela normalista de Ayotzinapa. La periodista y novelista mexicana considera que es la desigualdad la que produce toda esta violencia.
–México acaba de vivir uno de los tantos dramas ligados a la violencia, que se vienen produciendo desde hace varios años. Esta vez, sin embargo, con lo que ocurrió en Iguala en septiembre del año pasado, una forma de conciencia colectiva se volvió a plasmar en torno de ese asesinato colectivo.
–El 26 de septiembre vivimos aquí el asesinato, en Iguala, de 43 estudiantes de Ayotzinapa, en el estado de Guerrero. Es un lugar turístico porque allí está Acapulco, a donde llegan todos los multimillonarios de los Estados Unidos que quieren pasar un buen tiempo en la playa. Pero la realidad es otra: es la miseria, la droga, el narcotráfico. También es la realidad de unos jóvenes normalistas cuya única oportunidad era ser maestros. Eran 43 y se encontraron de pronto metidos en una historia de asesinatos y de corrupción por parte del Estado y a nivel gubernamental, en la policía, en el ejército. Este es un gobierno incapaz de resolver los problemas de los mexicanos más pobres y abandonados. Se puede decir también que estas escuelas normalistas tienen como finalidad preparar maestros y en Iguala son consideradas como cunas de guerrilleros. De allí salieron Genaro Vázquez Rojas, un líder sindical guerrillero, y otro también muy importante, Lucio Cabañas, un maestro rural de Ayotzinapa, líder de un grupo armado en el estado de Guerrero. Ambos escogieron la guerrilla porque, como maestros, nunca tuvieron respuesta a los problemas sociales que aquejan a estados como el de Morelos o el de Guerrero, ambos muy conflictivos. Esas escuelas rurales siempre han sido maltratadas, rechazadas. Son escuelas muy pobres y no hay más que ver las fotos de las casas donde estaban los muchachos para darse cuenta del vacío terrible, total. Se ve que duermen en cartones y sólo comían arroz y frijoles.
–Para usted, la situación global de México está atravesada por la problemática de la desigualdad. Es ésa la clave de toda la violencia.
–Efectivamente. En México hay un precipicio entre una clase social y otra. La fuente de la violencia radica en que no hay oportunidades, no hay escuelas. La fuente de cualquier violencia es siempre la falta de educación y, desde luego, el hambre. Pero en nuestro caso la falta de educación es tremenda. Hay muchas circunstancias que se combinan, pero México es un país muy desigual, como lo son en general los países petroleros. La imagen de México en el extranjero está muy deteriorada justamente porque tenemos un gobierno que no está a la altura de las circunstancias. México es un país de grandes desigualdades y de grandes injusticias sociales. Para mí, la violencia es ahora parte de la desigualdad. Muchas veces se cree que sólo a través de la violencia se van a resolver los problemas de México.
–¿Usted siente que se ha llegado a un límite de todas las cosas?
–Yo siento que México nunca ha estado tan mal como ahora. Lo está desde el mes de diciembre, lo está desde el 26 de septiembre y lo está desde que hay como una impunidad absoluta. Hay muchísimos jóvenes que son asesinados, eliminados. Todos tenemos que levantarnos y decir con mucha rabia que esto no puede seguir en nuestro país. Hay que decir que en México ha habido marchas admirables con gente que se juega la vida y su propia seguridad para participar en ellas. Los jóvenes están dispuestos a salir a protestar, a salir para decir la verdad y enfrentarse al poderoso, al cacique. Yo no creo en los partidos políticos. Para mí, los partidos políticos no funcionan. Yo creo en la gente y en su reacción. Los partidos políticos deberían ir a buscar candidatos entre los jóvenes limpios. Hay que ir a las universidades, al politécnico, a la UNAM (Universidad Autónoma de México), a las escuelas de ciencias políticas. Ahí se debe buscar a gente joven con ideas nuevas. En México recurrimos siempre a la misma gata revolcada. Son siempre los mismos nombres hasta que se mueren y los cambios no llegan. De hecho, en México ha habido muy pocos cambios.
–¿Usted cree que puede haber en México como una suerte de convergencia entre lo que aún persiste del movimiento zapatista, lo que se genera como movimiento por la paz con el asesinato del hijo del poeta Javier Sicilia y toda esta indignación y protestas que se dan ahora con lo que ocurrió con los 43 estudiantes de la escuela normalista? México protagoniza desde hace varias décadas poderosos movimientos de protesta civil.
–Bueno, hay una suerte de unión, pero el problema está en que esas fuerzas de protesta no son simultáneas, van pasando. Son fuerzas que se inician en distintos años, con diferencias de diez, 20 o 30 años entre unos movimientos y otros. Lo que hicieron los zapatistas en Chiapas con el Subcomandante Marcos fue poner en el tapete de las discusiones el terrible problema de diez millones de indígenas que parecían parias o pordioseros en su propio país. Vivían en un estado como el de Chiapas, que es muy rico, y no tenían luz, agua ni nada. Haber puesto el problema de los indígenas en la mesa ha sido muy importante. Eso se logró en 1994 con un levantamiento y la guerra. Yo veo muy seguido a los estudiantes, a los jóvenes, y ellos están muy conscientes del problema indígena y siguen pidiendo que se cumplan los acuerdos de San Andrés firmados entre el gobierno y los zapatistas. Yo creo que hoy, en el país, hay muchísima indignación. La hay en universidades privadas, como la Universidad Iberoamericana, donde hay estudiantes con posibilidades económicas. Sin embargo, de allí salió el grito de rebelión y el grito de rechazo a una imagen de corrupción y contra la impunidad total. Allí surgió el movimiento estudiantil de rechazo al hoy presidente Enrique Peña Nieto. Yo sueño con que los jóvenes tengan las oportunidades que no tienen hoy y que todos los mexicanos vayan a dormir habiendo comido bien y más o menos lo mismo.
–Su obra literaria recoge a personajes entrañables, muchas veces con una identidad común que los torna como modelos de un sector de la sociedad o como emblemas de la historia contemporánea.
–Yo escribo novelas, pero no tengo una regla o personajes estructurados. Piense que yo soy periodista desde el año 1943, cuando me inicié en el diario El Excelsior. Voy a cumplir 83 años y finalmente lo que yo he hecho es trabajar, ser reportera desde muy joven. Es un trabajo duro, difícil, porque el reportero siempre es maltratado. Los reporteros son tratados como moscas que están estorbando. Hay que esperar mucho. Yo he hecho muchísimas antesalas.
–La antesala, la espera eterna del reportero, sería como el lugar de gestación de la literatura.
–La antesala es una forma de aprender a ser paciente y modesto. Los escritores creen que han inventado la pólvora, pero son los periodistas quienes recogen la pólvora. Pero de ese trabajo cotidiano a veces surge una idea y uno se dice “esto que acabo de vivir sería un cuento o la base de una novela”. Mi obra es producto del trabajo a lo largo de los años. Yo leo y escribo ficción con mucho placer, pero lo que he hecho durante toda mi vida, el centro de mi vida, ha sido el periodismo. Nunca he pretendido conquistar nada. Lo único que he querido es darle voz a gente que ni siquiera sabe leer y que, en general, no aparece en los periódicos. La narración es ocuparse de gente que, a mi juicio, es fascinante por inesperada, por original. La narración es recoger las voces, plasmar ciertas expresiones. Seguramente en mis libros hay idealismo, porque hay mucha gente que me resulta más atractiva que otra por lo que hace. A mí siempre me gustaron los personajes apocalípticos, siempre me gustan Rasputín y la gente que sale fuera de lo común.
–Frente a realidades tan fuertes como la de México, ¿la ficción no le resulta a veces un lujo?
–No, porque la ficción es también parte de la vida.